¿Qué es la inteligencia espiritual? Aunque para muchos podría dar la idea de algo
sagrado o religioso, para algunos académicos el término se refiere más a la
dimensión espiritual del ser humano que involucra cuestiones como la
autoconciencia y la reflexión. El concepto ya es un objeto de estudio para quienes
ven con preocupación las problemáticas actuales y la falta de convivencia y armonía
en nuestras sociedades.
En ese sentido, la inteligencia espiritual se refiere a la capacidad de una persona
para reformular y recontextualizar las experiencias desde una perspectiva que
reconoce y valora su sentir y su pensar y que toma en cuenta la convivencia con el
otro para, con ello, transformar su comprensión de la realidad.
Esa fue la idea central de la conferencia “Inteligencia espiritual y ética del cuidado” como parte del Seminario de Cuidados para la vida y el bien común, organizada por el Centro de Ciencias de la Complejidad (C3) en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) el pasado 7 de diciembre, e impartida por Rafael González Franco, doctor en filosofía de la educación por el Instituto Tecnológico de Estudios Superiores de Occidente (ITESO), egresado del Programa de Estudios Avanzados en Desarrollo y Medio Ambiente (LEAD-México) de El Colegio de México.
Rafael González Franco sugiere que es imprescindible abordar nuestra vida
cotidiana a través de una visión más espiritual y de la mano de las inteligencias
emocional y racional. En conjunto, estas forman parte de la dimensión analítica
que le permiten al ser humano entender los procesos más esenciales que ocurren
en el mundo, tales como los procesos de sentir, pensar y reflexionar, que dan
sentido a la existencia como seres humanos.
González Franco, quien también cursó la licenciatura de Estudios Latinoamericanos e hizo estudios de posgrado en psicología social, concibe el concepto de inteligencia espiritual como una dimensión humana que
no se limita a lo racional y que no está forzosamente ligada a la práctica de una religión o creencias.
La inteligencia espiritual tampoco tiene que ver con el coeficiente intelectual ni con el dominio de los conocimientos o inteligencias múltiples como lo matemático o las ciencias exactas. “La inteligencia espiritual
nos lleva a decidir cómo habitar el mundo de manera que nuestra humanidad se despliegue plena y gozosamente”, dijo el académico.
Durante más de treinta años, González Franco se ha dedicado a la planificación, evaluación y dirección de
estrategias de desarrollo institucional así como en la ejecución de proyectos de corte social en las áreas de
medio ambiente y cambio climático. Desde 2002, es consultor en Diagnósticos y Estrategias para el Fortalecimiento de Instituciones (DEFINE, S.A.) una empresa que realiza evaluaciones de proyectos encaminados al fortalecimiento de la gobernanza participativa. Además, se desempeña como analista institucional, consultor y formador en planificación estratégica, evaluación de proyectos y fortalecimiento institucional.
Para el investigador, la espiritualidad no se asocia solamente a lo que es sagrado o a la veneración a alguna
divinidad, más bien es la capacidad de dotar a la realidad de significado para cambiar la forma en que comprendemos la realidad. Además, es un criterio que puede ser compartido entre creyentes y no creyentes,
como un espacio en común, y de diálogo entre ambos.
“La inteligencia espiritual nos conecta con lo más profundamente humano de nuestro ser y nos permite
abrirnos a nosotros mismos, a los demás y al entorno, sean cuales sean los intereses y creencias de los
otros, la espiritualidad nos acerca a los humanos a reconciliarnos entre nosotros y con el mundo”, afirma el
académico.
La inteligencia espiritual es también una alternativa al aislamiento de la vida contemporánea y al desasosiego que invade al sector de los individuos que creen en lo sagrado o que nunca han encontrado la paz
interior al profesar a alguna divinidad; también lo es para quienes, siendo creyentes, lo son por costumbre,
de manera rutinaria o con indiferencia.
“La espiritualidad es lo que nos conecta con lo más profundo nuestra humanidad, es el darnos cuenta de
manera sentipensante que se trata de un hábito vital que nos da viabilidad como individuos de una especie
caracterizada por la conciencia de su propia conciencia. Es lo que nos permite reconocernos siendo en el
mundo con toda la profundidad y trascendencia que eso tiene y ahí sopesar y dar sentido a la existencia”,
explicó el investigador.
Vivir y cuidar en comunidad
El autor de las obras El Gobierno de las Organizaciones e Inteligencia Espiritual dijo también que lo que une a
la inteligencia espiritual con la ética del cuidado es, primero, la propia característica de la humanidad de vivir
y desarrollarse en comunidad. “Los humanos somos viables porque nos relacionamos de manera interdependiente entre nosotros y con nuestro medio”, dijo.
Pero un segundo elemento es que esa relación permanente está -o debería estar- basada en el cuidado, la
actitud atenta y dispuesta a procurar el bien del otro en toda circunstancia. En este contexto, la ética del
cuidado es la proscripción de la práctica y justificación de cualquier tipo de violencia; es el cuidado mutuo
que honra nuestra humanidad y, por lo tanto, se trata de una red vincular que hace posible nuestra vida.
Para González Franco, la inteligencia espiritual es lo que nos permite tener una noción ética, es decir, dar
cuenta de que el ser humano es parte de la vida y de una realidad que nos acoge, nos provee, nos protege
y nos nutre. Cuando adoptamos lo espiritual como individuos nos acercamos más a un mismo nivel de
conciencia que nos permite crear redes de relaciones personales y sobre todo la coexistencia en sociedad.
Para el académico, “la ética del cuidado emerge de la inteligencia espiritual como conciencia de estar viviendo una vida que es asistida por la red de vínculos en la que estamos viviendo”. Esto implica destacar el
cuidado brindado por otro ser humano, pero también el brindado por y para el entorno natural.
El académico concluyó en su charla en el C3 que frente a las injusticias que imperan en nuestra época, es
más pertinente que nunca cultivar una ética y una inteligencia espiritual, que nos permita crear hábitos de
autoconocimiento para aprender a afrontar el dolor, fundar tendencias a cuestionar nuestras propias decisiones, así como la de generar las capacidades de admiración, agradecimiento, asombro y reflexión que
aporten a un sentido de convivencia basado en vínculos afectivos y cooperantes.
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